Asistir a un gran espectáculo siempre es una experiencia. Si el espectáculo es un concierto de rock, las sensaciones se intensifican para un fan. La gente moviéndose de forma alienada como animalitos tras el flautista de Amelín, conducidos hacia el abismo del recinto sagrado de comunión tántrica; la música a toda castaña creando el ambiente adecuado; el olor embriagador característico de los pitillos de los fumadores; el negro omnipresente de las camisetas con motivos evocadores de otros héroes emparentados con los que vienes a ver, y la sensación de que vas a vivir un momento único, que recordarás con suerte el resto de tu vida.
Evidentemente al asistente experimentado, le gusta ambientarse, pero sin llegar mucho antes de la hora prevista al estadio, plaza de toros, pabellón o sala. Antaño los grupos acostumbraban a llegar tarde o muy tarde. Un concierto nunca comenzaba a la hora prevista. Hoy día sin embargo los conciertos se inician en la mayor parte de los casos a la hora anunciada. Así que lo normal es acercarse a los aledaños del lugar de turno, para buscar un garito donde preparar el cuerpo para una noche de rock, ingiriendo una buena dosis de cerveza. Las horas se llenan comentando aquella noche memorable en que viste a los Rollings Stones, a Deep Purple, ACDC o Queen, mientras la cerveza acrecienta las sensaciones preparando el cuerpo y el alma para la comunión.
Se acerca la hora y hay que ir buscando la puerta de entrada, no vaya a pasar como en la última ocasión que incluso salieron antes de tiempo. De camino hacia la puerta, los puestos de camisetas y otros souvenirs de merchandising no oficial te van introduciendo en el concierto. Cuando haya terminado todo, y te despiertes al día siguiente, es cuando echarás de menos no haber comprado aquella camiseta, la gorra o el programa que viste en este paseo.
Llegas al control, y dejas a un lado la birra que vas apurando pidiéndole al portero que pica la entrada, que no la rompa mucho por favor, que la coleccionas. Una vez dentro, hay que buscar el sitio adecuado, en función de la edad y tu implicación con el grupo. Los conciertos no se ven en la grada, ¡por Dios! Las gradas son para: 1) los puretas, 2) para los no aficionados e inexpertos y 3) los pijos. A las gradas no se va a disfrutar del concierto, se va a olisquear, a probar que es esto de un concierto de rock, y probablemente luego a despotricar al salir, “que si esto es muy ruidoso”, “que vaya chusma que había en el concierto” “que mucho mejor el circo del sol”, “que por supuesto el teatro”.
Por otro lado, tampoco se va a las primeras filas. Éstas son para: 1) los adolescentes, púberes y descerebrados, 2) los hiperfanáticos y 3) algún esquizofrénico que siempre se cuela. A las primeras filas no se va a disfrutar tampoco si uno tiene ya más de 30 años. Esto es así porque en las primeras filas se va a luchar, se va a sudar en exceso, y en casos peores, a hacer moshing o pogo, con los efectos colaterales que conlleva. En las primeras filas existe una fauna variada que hace que la adrenalina se dispare convirtiendo la velada en algo impredescible, y por tanto no fácilmente asumible por un cuarentón de clase media. En esta primera línea, habitan con frecuencia fanáticos paranoicos con la violencia a flor de piel por el exceso de alcohol y/o otros estupefacientes, que te tirarán la birra encima y en diversos momentos compartirán sin tu quererlo, varios de sus humores personales contigo. Esto obviamente es asumible con menos de 20, un gran fanatismo y una dosis considerable de alcohol, pero no superados los 30 o 35. A favor de las primeras filas hay que decir que dejan una huella imborrable en el cerebro del evento presenciado por el resto de tus días.
Una vez que uno ha entrado en el recinto y, obviamente por descarte de lo anterior, se ha situado estratégicamente en pista a media distancia con la suficiente visibilidad para ver a los miembros del grupo, llega el momento de hacerse con una cerveza o quizás ya una copa. Esto puede ser algo fácil, o quizás demencial. Si tenemos la mala suerte de que la organización es del segundo tipo, pues nada, justo en el momento en que lo que uno necesita es mantener el estado de euforia con el que ha llegado al evento, llega el turno de soportar estoicamente varias colas. Una para los tickets, otra para la bebida, y finalmente otra para el pipi, porque a estas alturas, la vejiga está diciéndote que hay que echar un chorrito, o aún peor, comienzas con las dudas sobre si es mejor dejarlo para más tarde o quizás si vamos ahora, evitaremos tener que ir en mitad del mejor momento del concierto. Porque en esto la ley de Murphy es implacable. Cuando uno en mitad del concierto decide que es el momento para ir al baño, y ha avanzado por el lugar investigado por los pasillos mal señalizados del estadio, justo cuando uno se abre la portañica, es cuando oyes a la muchedumbre gritar como locos, justo en ese momento están tocando la mejor canción, es el momento cumbre, y tu desaguando.
En todo caso, no importa que uno desague con antelación, no sirve para nada, porque joder, al final ya se sabe que echada la primera las demás vienen seguidas, así que abierta la veda, ya estaremos todo el concierto visitando a Roca y con una presión creciente por la ingesta de líquidos que conseguirán que no nos quitemos la sensación de urgencia durante todo el concierto.
Una vez ubicados en el sitio adecuado y provistos de la imprescindible birra, van finalizando los teloneros, que aunque siempre se ganan su sueldo, y se les echa de menos si no están, se llevan desde una lluvia de vasos, a un abucheo, sobre todo cuando no son del mismo concepto que el grupo que vas a ver. Por fin se apagan las luces. Aumenta la tensión, y comienza a sonar esa tonadilla elegida por el grupo para crear la expectación deseada, ya sea Morricone, Wagner u otra alternativa, y por fin salen los culpables del pastón que llevas gastado hoy, y del puntillo que llevas encima. Ahora empieza la sesión de aerobic que mañana pagarás con agujetas. Efectivamente, los que tenemos una estatura, digamos “media”, empezamos el baile que consta normalmente de los siguientes pasos, 1) “de puntillas y arriba”, 2) “de talón y abajo”, 3)“hacia la derecha para esquivar el peazo de trono del fulano que tienes delante”, 4)“hacia la izquierda para esquivar el peazo de trono del mismo fulano, que ha cambiado de sitio porque el tiene otro fulano delante suyo con un trono todavía más grande”. Y así se van sucediendo los 90-120 minutos que suelen durar hoy los conciertos, con algunos momentos de mayor o menor intensidad.
Finalmente llegan los bises y con ellos el ritual de dejar los equipos encendidos, y la falsa salida del grupo del escenario, esperando que se les pida más, OEEOEEOEEOEE, OTRAAAOTRAAAOTRAAA; etc., y las lucecitas en stanby de los equipos, para que todo el mundo sepa que necesitan que se les dore la píldora, pero que van a volver a salir. Aquí la cosa ya varía en función del nivel del grupo protagonista, pues he visto de todo, desde aquellos que han vuelto como un suspiro, temiendo que si no se dan prisa la gente los deja allí colgados, los que se hacen de rogar largo y tendido, y aquellos que dejan claro que no van a volver a salir, después de un corto bis, porque encienden todas las luces y salen los roadies a desmontar el equipo, indicándote que aquí ya se ha acabado todo lo que se daba.
Y bueno, finalizado el evento, peregrinación a tomar la penúltima copa antes de volver a casa, aeropuerto, hotel o lo que sea. Se trata de una nueva procesión, aunque con la gente algo más perjudicada, y con cara de satisfacción y cansancio, normalmente, pero eso si con la sensación de haber presenciado una descarga de la mejor energía.
lunes, 1 de marzo de 2010
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